lunes, 19 de mayo de 2008

AEQUALIS: El hálito vocal

El ya mítico compositor ruso Piotr Ilich Tchaikovski declaró alguna vez “Si no fuera por la música, habría más razones para volverse loco”. Cualquiera de las personas que asistieron a la soberbia presentación que ofreció el grupo vocal AEQUALIS en el Museo Histórico Sarmiento el pasado viernes estarán de acuerdo con esta afirmación.

Con doce años de existencia y una importante cantidad de nuevos miembros, el coro dirigido por Mariana González Lanuza evidenció el efecto sedante e hipnótico que ejercen en el oído humano las voces educadas, amenizando la calurosa tarde con un repertorio conciso pero distinguido.

A pesar de que la sala que se le cedió al evento no era de las más adecuadas, ya que el alfombrado absorbía gran parte del sonido, los veinticuatro integrantes, en su mayoría femeninos, superaron cualquier adversidad espacial empapando cada nota ejecutada con sentimiento y profesionalismo.

Ecléctica formación presenta AEQUALIS, con integrantes que oscilan entre los diecinueve y los cincuenta años, todos con gran experiencia coral, pero sólo algunos con estudios musicales académicos. Entre sus miembros podemos encontrar médicos, estudiantes de diversas disciplinas no relacionadas con la música e incluso algunos extranjeros, como es el caso de Gina Reynolds, soprano estadounidense becada en el país por la Universidad Nacional de San Martín.

Tal vez la única falencia de la agrupación es la que presenta la mayoría de los coros modernos: la falta de registros graves. Por alguna razón son cada vez menos los hombres que se dedican al canto lírico, hecho que se distingue en AEQUALIS, contando con apenas tres voces masculinas, dos barítonos y un tenor, sobre exigidos por la circunstancia de no tener el apoyo de los registros bajos.

Interpretando selectas obras de compositores contemporáneos (la única excepción fue In stiller Nacht, de Johannes Brahms), los cuarenta minutos que duró el concierto se cubrieron de una eternidad artificial al sonar en las delicadas voces de los cantantes piezas como Psaume 22 del holandés Daan Manneke, De grandes cuillers de beige del “mitad hereje, mitad monje” Francis Poulenc (según el mote que le otorgó el crítico Claude Rostand en los cincuenta y que perdura hasta hoy) o la exquisita versión de Dirait-on, del norteamericano Morten Lauridsen, ejecutada con dos guitarras a cargo del tenor Lisandro Garnero y la soprano Virginia Mendoza, a falta del característico piano que requiere esta canción.

Fue precisamente esta obra la elegida para finalizar la presentación, seguramente debido a la extrema luminosidad otorgada por sus acordes de novena, que le aportan un especial matiz, un rasgo característico en las composiciones místico-románticas de Lauridsen.

La desconcentración fue precipitada por las autoridades del museo, ansiosos porque ya era la hora de cerrar. Si bien es un privilegio que se organicen espectáculos de éste tipo, los auspiciantes (en este caso, la Embajada Francesa) deberían esforzarse en conseguir establecimientos más acordes a las necesidades de los intérpretes y su público.

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